viernes, 6 de julio de 2007

La nueva cultura laboral

Cuauhtémoc D. Molina García
El sustento de lo que se ha dado en llamar “la nueva cultura laboral”, en México, se basa en al menos tres elementos:

El reconocimiento a la dignidad de cada persona.
Un mejoramiento de su nivel de conocimientos para mejorar su productividad.
Un propiciamiento del bienestar de todos, lo cual incluye al trabajador, su familia, su centro de trabajo y la sociedad en general.[1]

Sin ver a las personas como mercancías, lo que la autoridad federal se propone es crear nuevas condiciones paradigmáticas que abonen hacia la competitividad y la productividad del trabajador mexicano, como única fuente de mejoramiento de sus condiciones salariales. Es así como, según Salvador Abascal, podrá lograrse una mejor distribución de la riqueza producida.”

De manera más conceptual, podríamos decir que la nueva cultura laboral consiste básicamente en un cambio de mentalidad tanto de patrones como de trabajadores, en que ambos factores de la producción busquen esa excelencia en el trabajo. En la actualidad no se puede hablar de una lucha de clases ni mucho menos, realmente se debe de hablar de una unión de fuerzas, ya que no podemos contemplar una empresa o una fuente de trabajo sin que exista el trabajador o el patrón, es decir, se trata de unir esfuerzos para que esa fuente de trabajo, logre la productividad que el mundo moderno con la globalización exige.[2] Este cambio de mentalidad se sustenta, indudablemente, en un paradigma emergente que propone una nueva motivación hacia el trabajo en aras de reconocer que los incrementos de sueldo, vía presiones sindicales, no son ya el recurso más idóneo para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, pues la apertura comercial y la globalización imponen, hoy en día, condiciones de competencia y de competitividad de tal forma apremiantes que las empresas están llamadas a operar bajo estrategias de liderazgo en costos, lo cual supone incurrir en claras eficiencias en los procesos de producción, abatiendo las aquí consideradas añejas costumbres del sindicalismo mexicano, de modo que la mano de obra no constituya, por sí misma, el componente más caro del proceso de producción. Solo así podrá la empresa y la industria mexicanas competir en condiciones ventajosas con economías como las asiáticas, particularmente la China.

Por otro lado, no sólo es preciso abatir las costumbres sindicales de negociación bajo presión, sino además, modificar el estatus jurídico del trabajo en México, lo cual supone reformar la Constitución y la Ley que reglamenta el trabajo en particular, la Federal del Trabajo. En resumidas cuentas, la emergente “nueva cultura laboral” en nuestro país supone al menos dos sustratos importantes:

a) El que corresponde a la así denominada nueva mentalidad, mentalidad que por sí misma esta arraigada al fundamento de la cultura social, históricamente formada en los valores que asumen que el trabajo es un castigo que el Creador impuso al hombre como consecuencia de la comisión del pecado original. Este componente motivacional del trabajo en México, el cual se sostiene en raíces sociales y culturales de arraigo ancestral, se contrasta notablemente con la concepción cultural que del trabajo se tiene en las culturas anglosajonas, en las que el trabajo es visto como un medio de expiación del pecado original y no como un castigo.[3]

b) Los cambios al marco constitucional y a la Ley Federal del Trabajo, misma que se considera un triunfo de la Revolución y en particular, un triunfo de la clase obrera no solo de México, sino del mundo. La Ley actual supone una serie de beneficios que claramente se inclinan hacia los trabajadores, dejando a la clase patronal en condiciones escasamente defendibles frente a ineficiencias, abusos sindicales, irresponsabilidad y falta de compromiso ante el trabajo.

Las condiciones de desempeño laboral que impone el capitalismo se sustentan en la racionalidad, esto es, en la adecuación de los medios a los objetivos, en términos weberianos. Esto supone garantizar la máxima eficiencia en todos los factores de la producción, en particular del trabajo. Esta eficiencia tuvo sus orígenes en los cambios religiosos verificados después del renacimiento. Weber sostiene que estos cambios no se originaron ni en los cambios tecnológicos no en las relaciones de propiedad, como afirmaba K. Marx, sino a partir de un nuevo conjunto de normas morales que Weber denominó ética protestante, es decir: el trabajo duro y arduo como dádiva de Dios, el ahorro, el ascetismo, todo lo cual proporciona la reinversión de las rentas excedentes, en lugar del consumo suntuoso orientado a los símbolos materiales que representan el éxito, la vanidad o el prestigio social.

Así, para Max Weber, la racionalidad del capitalismo, o sea, las formas de organizar los mecanismos empresariales y sociales que contribuyen a la eficiencia, son consecuencia de una mentalidad, es decir, de una cultura de tal forma ascética, que sea capaz de generar las condiciones idóneas e internas de una dirección estratégica eficaz: motivación, liderazgo, relaciones humanas, cultura organizacional, etc.

Conclusión: la “nueva cultura laboral”, puede ser un elemento de discurso político generado por las condiciones emergentes del nuevo paradigma del capitalismo, la globalización; su éxito dependerá, no de una voluntad política central, sino de asumir la necesidad imperiosa de cambiar ante el mundo, so pena de sucumbir ante la competencia que viene de fuera, competencia asiática sobre todo.

La nueva cultura laboral deberá sustentarse en nuevas actitudes, en nuevos valores, en nuevos esquemas de percibir la actividad laboral, así como de percibir el núcleo de relaciones entre los trabajadores, sus sindicatos y las empresas. En esto la administración —y los administradores— tenemos una responsabilidad central: ayudar a cambiar la cultura de las organizaciones (empresas) mediante el Desarrollo Organizacional y la educación.


[1] Salvador Abascal Carranza en: http://www.terra.com.mx/noticias/articulo/100173/
[2] Núñez Ponce, Carlos, Representante patronal del pleno de la Junta de Conciliación y Arbitraje. Ver:
http://www.creceags.org.mx/documentos/introd_cons_lab.htm

[3] Ver Max Weber en La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo, citado por Chiavenatto en “Introducción a la Teoría General de la Administración”, Ed. McGraw Hill, México, 1990.

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