viernes, 6 de julio de 2007

La teoría de la administración

Cuauhtémoc D. Molina García

I. INTRODUCCIÓN

Este documento trata de cuatro asuntos básicos. En primer término aborda el tema de la teoría desde el punto de vista de su significado en las ciencias en general y en las ciencias sociales en particular. Ubica el término en su real y concreto significado, separándolo de las ideas no epistemológicas que abundan en el lenguaje coloquial y que desde luego meten ruido y confunden el correcto uso del concepto. En segundo lugar, analiza el significado de la teoría administrativa tanto para los estudiosos de la administración, como para quienes usan a la administración meramente como un instrumento de trabajo que les permite lograr ciertos fines dentro de las organizaciones. Este último caso es el de los gerentes, directivos, ejecutivos y de todos aquellos que conocen las técnicas del management para su aplicación en las empresas. Entendemos aquí por administrador a toda persona que realiza las funciones de un líder, un director, jefe, coordinador, gerente, presidente, gobernador, alcalde, etc., independientemente de lo delicado de sus tareas o de lo trascendente de sus funciones, como es el caso de estos últimos, cuya labor esencial no es nada más administrar, sino ante todo, gobernar.

En tercer lugar, tratamos de establecer las bases de una discusión que nos permita saber si la administración, en tanto tal, es o no es una ciencia y, sí lo es, saber también qué tipo de ciencia es. Hay quienes opinan, en cambio, que la administración es una técnica, y otros que es un arte. Una tercera posición a este respecto está en quienes consideran que se trata de «algo» que tiene una parte de todo, es decir, que al mismo tiempo que es ciencia, es una técnica y además un arte. En este Paper se propone la idea de que si bien la administración como tal carece todavía de un rango de ciencia, si es en cambio, científica.

Por último, se reflexiona acerca de la naturaleza de la administración como profesión y se enuncian dos problemas al respecto: nuestra profesión tiene dos dificultades: uno de definición y otro de tipificación.

La finalidad esencial de tratar este tema radica en el hecho de que los estudiantes de administración inician sus estudios formales de la carrera y en ese sentido, es indispensable que los futuros administradores posean un claro concepto, que finalmente ellos valorarán por si mismos, acerca de cual es la naturaleza de la disciplina y de la profesión que estudian. Sería harto sorprendente que luego de aprobar todos los exámenes de plan de estudios, los estudiantes de la administración no tuvieran la información necesaria para juzgar y valorar personalmente la citada naturaleza esencial de la disciplina que estudian.

Por último, cabe destacar que los fines de este curso, Administración I, son precisamente conocer, explicar y evaluar las aportaciones teóricas que diversos estudiosos han hecho al conjunto de la teoría administrativa a lo largo de los últimos años, básicamente desde que la revolución industrial inglesa transformó para siempre los modos de producción y de organización de los recursos sociales. Estos autores se caracterizaron, sobre todo los primeros, por no haber sido administradores de origen, aunque de hecho hayan desempeñado esas funciones. Este es el caso de los ingenieros como F.W. Taylor, H. Fayol, F.B. Gilbreth, Henry Ford, Gantt, entre otros. Luego vinieron los economistas, los sociólogos y finalmente los psicólogos, cada uno de los cuales fue enriqueciendo y ampliando los saberes administrativos, al punto de convertir a la administración en un verdadero espacio de convergencia de múltiples disciplinas y ciencias que la ubican, hoy por hoy, en una disciplina efectivamente ínter y multidisciplinaria.

Las recientes condiciones que han transformado al mundo moderno, -la apertura comercial y la globalización de los mercados-, han propiciado un acelerado dinamismo en las ciencias y en la tecnología, cambios que a su vez han modificado para siempre los modos de producción, caracterizados hoy por la presencia de un insumo fundamental sin el cual no es posible ya ni ser competitivo ni subsistir en los mercados actuales de alta competencia. Ese insumo es la información y el conocimiento. Las empresas tienen, por lo tanto, serios retos que enfrentar y los administradores graves compromisos que asumir. Tales retos y compromisos adquieren particular relevancia en el caso de los países subdesarrollados, específicamente México.

Las condiciones sociales y económicas de nuestro país exigen que los profesionales del futuro, no importa la carrera que hayan elegido, asuman una postura de transformación de las actuales condiciones indignantes en las que vive nuestra gente. Para el caso de los administradores, lo menos que se les puede pedir es que contribuyan con su talento y creatividad a la generación de empleos, haciendo a las empresas más productivas y eficientes, más competitivas y sobre todo, que exporten, que aprovechen las enormes oportunidades que a los hombres de negocios mexicanos representan los mercados extranjeros y el propio comercio exterior.


II. LA TEORÍA: IMPORTANCIA Y SIGNIFICADO

Una primera aproximación al término «teoría» consiste en acudir al diccionario y explorar ahí las características del concepto. La primera vía de acceso es la etimológica, la cual afirma que teoría viene del griego theoria, a su vez de theoreo, que es un verbo que se traduce como «contemplar»[2]. Quizá sea este el sentido fundamental del verbo castellano teorizar: contemplar, en el sentido de observar a profundidad, de ver los detalles y características de un objeto, concepto o situación que aparece en la realidad.

En efecto, las cosas que uno ve las contempla no siempre a profundidad; unas veces en lugar de observar, solamente vemos, miramos. Sin embargo, cuando abordamos el estudio de algo, sobre todo cuando investigamos algún hecho o fenómeno de la realidad, ya con un enfoque metodológico y científico, la contemplación adquiere más seriedad, pues tratamos de dilucidar a fondo, tratamos de observar los detalles, las características, las relaciones entre las características, las semejanzas y/o las diferencias, las analogías, en fin, hasta llegar a una definición o a un concepto que sintetice la naturaleza esencial de lo observado.

Como podemos deducir, el sentido etimológico de la palabra «teoría» nos acerca mucho a su significado real y sobre todo, al importante papel que representa en la ciencia y en la investigación científica. En efecto, el hombre de ciencia contempla, es decir, explica o cuando menos trata de explicar qué es lo que observa, por qué ocurren los fenómenos, qué los determina, qué sucede si se presenta esto y aquello no, etc. Esto acontece en las denominadas ciencias duras (las naturales o “exactas”) y en las ciencias suaves (las sociales en general) La intención en unas y en otras es la misma: explicar. No obstante, la forma y la naturaleza de los objetos explicados es diferente, porque en las ciencias naturales los fenómenos son físicos, se puede experimentar de modo determinístico con ellos; en cambio, amen de muchas otras diferencias que no es el caso tratar aquí, en las ciencias sociales lo que se explica es al hombre, desde todos los puntos de vista, y este solo hecho hace que el objeto observado -nosotros mismos-, se comporte de un modo estocástico y que la subjetividad sea difícil de erradicar, por más que se disponga de una adecuada vigilancia epistémica.

Claramente, observamos que podemos hablar de cuando menos dos tipos de teoría. Por un lado, tenemos la teoría científica, que es una “síntesis que comprende los conocimientos que ha obtenido una ciencia en el estudio de un determinado orden de hechos”[3]. Este tipo de teoría exige de una observación a fondo de los fenómenos y también de una metodología formal, necesarias para sistematizar los datos observados. Por otro lado, tenemos la teoría «no científica», que por su propia naturaleza no requiere de metodología ni de sistematización formal.

Así, mientras el científico contempla y observa a profundidad la realidad, el «no científico» únicamente “mira” y deduce conclusiones subjetivas, casi siempre matizadas por su propia visión del mundo, por sus prejuicios, creencias y mitos populares. Empero, no siempre la contemplación popular es mítica o prejuiciada, algunas veces, dependiendo de quien la realice, logra tener cierto grado de sistematización. Por ejemplo, cuando un jugador estrella o el propio entrenador trata de “explicar” a la afición por qué razón su equipo de fútbol no ganó el partido; cuando un perito de tránsito formula sus primeras impresiones (¿hipótesis?) acerca de las causas de una colisión de vehículos; o cuando un novio desesperado busca un motivo que le explique el abandono del ser amado.

Cada vez que uno se pregunta “¿Por qué?” en relación a de cualquier cosa, uno espera de sí mismo o de un tercero alguna respuesta. De hecho, si nos detenemos a pensar en nosotros mismos y en lo que hacemos cotidianamente, habremos de darnos cuenta que el 90 por ciento del tiempo lo pasamos haciendo preguntas. Por lo tanto, casi todo el tiempo andamos buscando respuestas. El papel de la teoría es contemplar, explicar, dar respuestas. Consecuentemente, las buenas teorías empiezan con buenas preguntas, pues solo así es posible orientar las habilidades del pensamiento y la propia investigación, por el camino correcto.[4]

Ahora bien, la teoría es el alma de la ciencia; ninguna ciencia es tal si carece de teoría. Lo que le da sustento al conocimiento es la teoría. Sin la teoría, el hombre no podría explicar la naturaleza de los fenómenos ni las relaciones entre éstos y consecuentemente, jamás podría extraer conclusiones útiles ni para la civilización ni para la sociedad. El hombre es un ser esencialmente teórico, es decir, es un teorizador, precisamente porque todo se lo pregunta y de todo requiere respuestas. De hecho, es posible decir que quien teoriza, sabe, aunque tal vez no esté en lo correcto.[5] Por lo tanto, la teoría es indispensable en la ciencia y en las profesiones, incluso en la vida cotidiana.[6]


III. LA TEORÍA DE LA ADMINISTRACIÓN

Si bien es cierto que la teoría es el alma de la ciencia, no menos lo es el hecho de que la teoría es el sustento de toda disciplina y profesión. Como le hemos dicho anteriormente, teorizar es lo mismo que explicar y justamente un profesional necesita diagnosticar, para aplicar soluciones, y diagnosticar implica explicar. Por lo tanto, ningún profesional puede ejercer adecuadamente su carrera si carece de los fundamentos teóricos fundamentales de cualquier disciplina.

Desafortunadamente, aún entre el medio académico universitario existe la equivocada creencia de que la teoría es sinónimo de rollo. De hecho, de modo simplista, se afirma que, por ejemplo, una materia que “no lleva números o que no necesita cálculos numéricos” es práctica y que, por el contrario, una asignatura que es de letras, definiciones, clasificaciones y todo eso, es teórica. Grave error, sólo admisible en el lenguaje popular o coloquial, pero en el mundo académico, el rigor científico y epistemológico exige que el término teoría esté connotado por su acepción formal, que es el que hasta ahora hemos ya explicado. Adicionalmente, vale la pena señalar precisamente lo que no es teoría:

· Teoría no significa “rollo”, es decir, definiciones, clasificaciones o textos que uno deba aprenderse de memoria. Estudiar «derecho» no es “pura teoría”; estudiar «contabilidad» no es “pura práctica”.
· Lo teórico no es lo contrario de lo práctico, en el mismo sentido que lo blanco lo es de lo negro o lo alto de lo bajo. No son antónimos, no son opuestos, sino esencialmente complementarios. Lo que está opuesto a la teoría es la realidad, la cual intenta explicar. La práctica es una habilidad, es una destreza, nada tiene que ver con la teoría.
· La teoría pura es netamente científica; hay conocimientos aplicados a situaciones concretas de la realidad; las aplicaciones permiten constatar la viabilidad de las teorías. La Teoría General de la Administración (TGA en adelante) es eminentemente aplicativa.
· En modo alguno «lo práctico» tiene supremacía sobre «lo teórico», ni mucho menos aquello es lo único ni lo más importante que debe aprenderse. La enseñanza superior de la administración debe partir de bases teóricas, debe buscar aplicaciones, a veces no siempre fáciles ni siempre posibles, y debe hacer que los estudiantes practiquen lo que saben.
· La teoría tampoco es sinónimo de lo «irreal», de lo que está alejado de la realidad. El mundo teórico no es un mundo utópico ni fantástico. Al contrario, si la teoría es buena, debe ser capaz de explicar la realidad, reflejándola tal y como es.


NATURALEZA DE LA TGA: LOS PRINCIPIOS ADMINISTRATIVOS

Sabiendo ya lo que la teoría «no es», diremos que en particular, la TGA es una teoría práctica en el sentido que le señalaba Kurt Lewin cuando afirmaba que «no hay mejor práctica que una buena teoría». Es decir, la manera profesional de realizar una actividad es conociendo los fundamentos de ésta, pues de otra manera se es solamente un empírico, o sean, un ejecutor de tareas. Ahora bien, lo que caracteriza a la teoría administrativa, además de su metodología propia, son sus principios. En efecto, todas las teorías conducen, en alguna de sus partes, a la determinación de ciertos principios sobre los cuales apoya sus explicaciones de la realidad.

Los principios son enunciados básicos que explican el comportamiento de los hechos o fenómenos específicos que tratan de explicar. Los principios de una teoría, en términos generales, pueden clasificarse de la siguiente forma:

1. Principios descriptivos.
2. Principios normativos.

Un principio es descriptivo cuando simplemente detalla la forma en cómo se dan las relaciones que existen entre un conjunto de variables concurrentes en un fenómeno observado, sean éstas dependientes o independientes. Tales relaciones entre variables, pueden describir situaciones de «causa-efecto», y esta causalidad puede ser positiva o negativa. El principio que en física explica el fenómeno de la gravitación universal es un principio descriptivo. Los principios en las ciencias duras o naturales suelen ser descriptivos. En las ciencias sociales, en cambio, los principios tienden a ser normativos.

Un principio es normativo o prescriptivo cuando su construcción es de tal forma que nos indica lo que debe hacerse o lo que debe evitarse. Regularmente, la normatividad de un principio es de la siguiente forma:

«Si P ® Q», lo cual significa que si ocurre P, siempre o casi siempre, -en la mayoría de los casos y bajo ciertas condiciones-, ocurrirá Q. El enunciado puede ser afirmativo o puede negativo, ya en el antecedente o ya en el consecuente.

Los principios administrativos son de este tipo. Por ejemplo, tomemos el caso del célebre principio de H. Fayol conocido como «la unidad de mando». Este principio indica que “para una acción cualquiera (P), un agente no debe recibir órdenes de más de un jefe (Q)”. O sea: «Si P ® ØQ».

El principio de H. Fayol nos dice que “si no lo hacemos así, entonces algo sucederá”. ¿Qué sucedería en un ambiente de trabajo si los subordinados reciben órdenes de más de un jefe?

Todos los principios emanados de la TGA, puesto que están enunciados para guiar el trabajo de los administradores, son prescriptivos o normativos.

Para conocer aún más los fundamentos de la teoría administrativa, expondremos las ideas sobre lo que aquí llamo «las dimensiones de la administración».


LAS DIMENSIONES DE LA ADMINISTRACIÓN

Nos interesa, más que nada, explorar el papel de la teoría en las profesiones, ya que, respecto de la administración, lo relevante es que ella es, ante todo, una profesión. Una profesión que se sustenta en una teoría que gradualmente avanza, para unos, hacia el perfil de una disciplina y para otros, hacia el perfil de una ciencia.

Por ello, resulta importante para nuestros fines, discutir la colocación epistemológica y dimensional de la administración en el espectro de las actividades, las teorías y las profesiones.


La administración como actividad

En primer lugar, la administración, como seguramente muchas otras profesiones, fue desde sus inicios una actividad, una praxis, un quehacer, algo que la gente hacía por que sencillamente era necesario y útil hacerlo. Convenía al interés de la sociedad hacerlo. La arquitectura, por ejemplo, existe desde que el hombre existe como ser sedentario. La construcción de su vivienda nace con su propia cultura; la arquitectura es desde ese primer momento en que el hombre colocó una piedra encima de otra y se procuró un techo para protegerse del rayo y de la tormenta. Más tarde, cuando el hombre obtuvo otros conocimientos aprendió otras técnicas, se aventuró a construir grandes obras y empresas; las pirámides de Egipto y de Anáhuac, la Gran Muralla China, la desviación de ríos o la epopéyica movilización que Moisés hizo de su pueblo para sacarlo de la esclavitud de Egipto, según cuenta la Biblia. La historia nos enseña que “la mayoría de las expediciones militares, sociales, políticas, económicas y religiosas, tuvo una estructura orgánica piramidal”[7], en cuyos vértice se asentaban el poder, la autoridad y la toma de decisiones.

La actividad administrativa, como tal, fue siempre necesaria para conducir a los hombres, organizados en pequeños o en grandes grupos de trabajo, hacia la consecución de sus fines, ya fueran éstos construir un templo o un gran edificio, o conquistar territorios y vencer ejércitos; incluso, habrá que imaginarse una escena en la que el hombre primitivo trataba de coordinarse con sus congéneres para lograr cazar y dar muerte a un mamut y poder así obtener su carne y su piel. Sólo y desorganizadamente no hubiera podido hacerlo, o tal vez lo hubiera hecho pero con más tiempo y con mayor número de bajas. En consecuencia, las actividades de planear, organizar, dirigir y controlar las acciones individuales y de grupo, estuvo siempre presente, ya se les reconociera o no como tales. Así las cosas, nos debe extrañar la tesis que sostiene que «la administración es tan antigua como el hombre».


La administración como disciplina

Luego de avanzada la cultura y la civilización, al amparo de nuevos descubrimientos y de nuevos conocimientos, ante los ojos observadores y analíticos de aquellos que buscaban una mejor manera de hacer las cosas, de aquellos que dentro de las fábricas anhelaban con incrementar el rendimiento de los obreros y la eficiencia total de la organización, ante sus ojos perspicaces, la actividad administrativa empezó a ser teorizada, es decir, contemplada, explicada.

Así, explicar por qué ocurre la división del trabajo, cuáles son sus ventajas, cómo puede aprovecharse mejor, cómo aplicar esto o aquello, qué es lo que produce y facilita el liderazgo, cómo se interrelacionan los hombres mientras trabajan, bajo qué condiciones trabajan más y mejor, cómo crecen las organizaciones, cómo y bajo qué circunstancias interactúan con sus entornos, qué factores del ambiente influyen y afectan el comportamiento de los mercados, por qué la gente compra y consume productos y marcas, qué explica las preferencias del consumidor, cómo puede rendir mejor el capital, cómo disminuir los costos de operación, y mil preguntas más que hasta ahora han sido contestadas gracias al trabajo teórico de muchos hombres, casi todos ingenieros, economistas, sociólogos y psicológicos, que bajo una perspectiva científica explicaron los fenómenos y los procesos con los que tiene que ver la administración en el seno de las organizaciones formales. Por esta razón, afirmo que la administración es una disciplina científica básicamente por dos razones:

1. Porque requiere del concurso de varias ciencias que le apoyan, como es el caso de la psicología, la sociología, la antropología, la matemática, la estadística, la economía, el derecho, entre otras. Estas son las ciencias de la administración; sin embargo, la administración es también técnica, y es una técnica, porque requiere del apoyo de la Mercadotecnia, las contabilidad, las finanzas y de otras técnicas más particulares que le sirven de base para su ejercicio.

2. La administración es científica porque requiere del método científico para apoyar la toma de decisiones y para conocer la realidad de los hechos administrativos y organizacionales dentro de las empresas para distinguir lo que las cosas son de lo que queremos que sean. Si bien el pensamiento y la razón guían la conducta de los administradores, no menos cierto es que el sentimiento y la pasión pueden obscurecer la realidad. Por ello, la utilidad del método de la ciencia es invaluable.

De esta manera, y a lo largo de muchos años, y prácticamente desde el advenimiento de la revolución industrial en Inglaterra y su expansión por el mundo capitalista, se inició la TGA, la cual constituye un campo ínter y multidisciplinario que hoy se nutre de los nuevos escenarios que permean el mundo de finales de siglo -apertura y globalización-, y que ante la revolución del conocimiento y de la información, se plantea nuevos retos y desafíos para dotar a la práctica de los administradores de más eficaces guías orientadoras de su práctica profesional en al ámbito de mercados altamente competidos en los que la competitividad y la eficiencia organizacionales marcarán la pauta para sobrevivir exitosamente.

Por otra parte, la TGA esta encaminada a que los administradores reflexionen acerca de su quehacer, de su praxis. Busca enseñar al futuro profesional a pensar, y sobre todo, a racionalizar sus esquemas de acción gerencial. La TGA le proporciona un bagaje de conceptos e ideas que son las que le distinguen del simple «ejecutor de tareas», ya que quien posee una TGA puede efectivamente adquirir la habilidad de percibir y diagnosticar situaciones y escenarios que el ejecutor de tareas ni siquiera imagina que existan.[8] Éste sabe bien hacer y ejecutar ciertas cosas que aprendió mecánicamente y luego de incansables rutinas, tales como dibujar organigramas, elaborar flujogramas, hacer presupuestos, registrar datos, elaborar programas de ventas, supervisar personal y obedecer, llega efectivamente a adquirir tal práctica que el conocedor de la TGA quizás no tenga. Tal práctica le permite de modo concreto e inmediatista resolver problemas, apagar fuegos; el conocedor de la TGA está, en cambio, para preverlos y para actuar de modo proactivo, no de modo reactivo.

El profesional sabe diagnosticar, observar, analizar, evaluar situaciones problemáticas, distintas y complejas, pues aprendió a manejar abstracciones, estratégicos, conceptuales y teóricos. El ejecutor de tareas, por su parte, es solamente un agente ejecutor y operador que sigue órdenes superiores. En suma, lo que queremos de un profesional que conozca la TGA es que sea lo que la Universidad le pide: que sea agente de cambio, un innovador, un emprendedor, un constructor del futuro.

En todas las profesiones ocurren situaciones similares. Un arquitecto sin una sólida teoría del urbanismo, de la luz y las proporciones, por ejemplo, sería meramente un excelente dibujante; un contador sin teoría contable y financiera sería un buen tenedor de libros; un médico sin teoría anatómica, fisiológica o bioquímica sería un eficaz curandero, un abogado sin una teoría del derecho y de la justicia, sería un buen coyote. Así, por el estilo.

En suma, la administración como disciplina surge en el momento en que se teoriza sobre la concreta y material actividad administrativa, una actividad que de todos modos existe y que de hecho preexiste a la disciplina, a la TGA y a la profesión curricular y universitaria. Pero es importante destacar que la TGA es producto de la observación sistemática de la actividad administrativa, de la contemplación explicativa de los hechos, de las cosas, de las situaciones, de los fenómenos, de la realidad, como se dice en ciencia. Desde luego, la TGA y la disciplina que de ella resulta es una condición necesaria y suficiente para la existencia de la profesión administrativa. De esta hablamos a continuación.


La administración como profesión

La administración como profesión surgió luego de que la teoría pudo construir la disciplina administrativa. Nuestra profesión, es decir, la licenciatura en administración de empresas, o simplemente en administración como se le conoce en la UNAM, jamás hubiera sido posible sin una teoría y sin una disciplina que la sustentara epistemológicamente hablando. Por lo tanto, si quisiéramos establecer una ilación cronológica que pudiera explicar la evolución de lo que hoy conocemos como «administración», tendríamos que partir de lo que originariamente fue: una concreta y material actividad o quehacer, dejada en las manos del sentido común y de la necesidad. Hoy tenemos una disciplina científica -¿una ciencia per se?-, que posee sus propios principios, sus marcos teóricos y metodológicos y su propio campo de acción. Finalmente, y gracias a lo anterior, algunas instituciones de educación superior asumieron el compromiso de enseñar la práctica y la TGA, y luego de trámites institucionales, logra surgir la administración como una profesión.


LAS PRIMERAS ESCUELAS DE ADMINISTRACIÓN

Según Laris Casillas,[9] la primera institución que impartió cursos formales de administración fue la Escuela Wharton de Finanzas y Comercio. Esta escuela fue fundada por Joseph Wharton, un financiero y fabricante de acero en Filadelfia, quien donó 100, 000 dólares a la Universidad de Pensylvania para lograr el proyecto.

Más tarde, Edward Tuck donó 300,000 dólares al Tuck School Dartmounth College, en la Universidad de Harvard, y la Escuela de Administración abrió sus puertas en 1908. Una constante en el origen de casi todas las escuelas de administración es su vinculación con las élites empresariales, las que en función de su propio interés promueven la existencia de escuelas formadoras de administradores, con la clara finalidad de capacitar su mano de obra ejecutiva y gerencial.

A partir de estos acontecimientos, Peter Drucker afirma que el interés por la administración se extendió a otros países, merced al ruido del taylorismo y a su positivo impacto en la industria, particularmente en la metalúrgica y en la automotriz.[10] Muy pronto surgieron los mitos de que la administración era la fuerza y el factor crítico del desarrollo, y así con el tiempo, el boom de la administración alcanzó a todo el mundo, incluso a los países comunistas.

México no fue la excepción; en Monterrey, Nuevo León, surge la primera escuela de administración, justo en la institución que es considerada como la fuente de la mano de obra intelectual y técnica que alimenta la industria de esa ciudad, el ITESM. En este instituto se inician los cursos de administración bajo el nombre de «escuela de negocios», la cual es establecida en al año de 1947. Diez años después, la Universidad Iberoamericana inicia la carrera de «licenciado en administración». En el mismo año, 1957, la Universidad Nacional Autónoma de México, luego de muchas vicisitudes, logra que su Consejo Universitario apruebe la carrera, con el nombre de «licenciado en administración de empresas»; tiempo después, durante los años setenta, modifica el nombre de la carrera dejándola simplemente como «licenciado en administración», aduciendo que el apellido “de empresas” va en demérito de la universalidad de la carrera.

No es sino en 1967 cuando la Universidad Veracruzana, en Xalapa, incorpora a su oferta académica esta carrera bajo su nombre original de «licenciado en administración de empresas», el cual conserva a la fecha.

Con el crecimiento que tuvo la educación superior durante el sexenio echeverrista, aunado a la expansión demográfica, las licenciaturas en administración de empresas tuvieron un auge causado por varios motivos, entre otros por los mitos de que la nueva profesión representaba el futuro, el triunfo y las riquezas. Pronto, estudiar administración se convirtió en una moda y en un seguro boleto a la clase media. Lo mismo ocurre hoy con otras carreras, especialmente con las de ciencias y técnicas de la comunicación. Para finales de los años ochenta, la matrícula de estudiantes inscritos en administración ascendía a unos 55,000 alumnos; en los noventa la cifra se duplica y se prevé que para los primeros años del siglo XXI empiece a descender gradualmente ante la presencia de nuevas opciones profesionales.

Hoy, la licenciatura en administración de empresas de la Universidad Veracruzana es una de las más irracionalmente demandadas por la juventud, quizá guiada por el espejismo de que es una carrera “fácil, barata y con futuro”.


IV. LA PROFESIÓN Y LA ACTIVIDAD ADMINISTRATIVA

En esta sección, hablaremos de asuntos interesantes para los estudiantes de la licenciatura en administración de empresas. Serán los siguientes:

a) La naturaleza profesional de la administración,
b) la práctica administrativa,
c) las diferencias entre acto administrativo y actos de administración y
d) las habilidades que los administradores deben desarrollar para hacer bien su trabajo.


Los profesionales de la administración

Por último, estimo necesario reflexionar un poco sobre la naturaleza de las profesiones en general y en particular sobre la naturaleza de la profesión administrativa.

Una profesión es, ante todo, «una plataforma de quehaceres definidos en torno a un servicio ofrecido a la sociedad y el cual es tipificado y reconocido como un rol de significativo valor». Algunas profesiones confieren más estatus y prestigio que otras, ya por su tradición o ya por su presencia y arraigo social. Adicionalmente a las profesiones están los títulos, que en México confieren a sus poseedores una suerte de nobleza. Igual, hay títulos de más abolengo que otros. En México, ser profesor es menos valorado que ser doctor, ingeniero o licenciado. En nuestro país, los doctores son los médicos, en Cuba y Argentina son los abogados, especialmente los jueces; en Europa, el título de profesor es de mayor jerarquía y estatus que en Latinoamérica. La condición de maestro en nuestro país se da lo mismo a los músicos de marimba que a los grandes directores de orquesta, o incluso a los albañiles experimentados. Los mecánicos también son maestros. Muchos ejercedores de oficios suelen ser llamados “maestros”.

Veamos con mayor detalle el asunto:

Primero. Un doctor es una persona que por sus estudios ha adquirido la condición de docto, es decir, de sabio, de erudito. Actualmente, un doctor es alguien que hizo estudios de doctorado y que ha obtenido el grado académico de doctor mediante la presentación y sustentación de una tesis. El doctorado es hoy en día una concesión universitaria y académica.
Segundo. Un maestro es una persona que por sus estudios, habilidades y destrezas ha adquirido en su quehacer cierto nivel de maestría, que ciertamente le coloca como líder en su oficio o disciplina. Hoy, la maestría es un grado, al igual que el doctorado, el cual se adquiere con estudios posteriores a la licenciatura y con la presentación y sustentación de una tesis.
Tercero. Un profesor es alguien que profesa una actividad o servicio a la comunidad. Profesar es ejercer una ciencia, un arte, un oficio. Es cultivar una inclinación, un sentimiento o una creencia. Se «profesa» una doctrina o principios cuando uno se adhiere a ellos. En consecuencia, un profesor es alguien que enseña o ejerce una ciencia o un arte.
Cuarto. Un profesional es quien pertenece a una «profesión», a un magisterio de ciencias o artes. Es una persona que hace hábito o profesión de alguna cosa. Sin embargo, más allá del diccionario, la palabra “profesional” apela a significados más amplios y se usa lo mismo para señalar a una persona que:

· Hace su trabajo escrupulosamente y a la perfección, que no comete errores, lo hace rápido y limpiamente, no deja huellas. Este es el caso de un ladrón, de un secuestrador o de un artesano alfarero, un herrero, un mecánico, etc.
· Que es muy responsable y que no se permite dejar de cumplir. Un artista que aún con la lluvia sale al escenario a cantar.
· Realiza su oficio o empleo como un modus vivendi, es decir, que de eso vive, que no lo hace por hobbie, que no es amateur. Un deportista, por ejemplo.
· Por último, un profesional también es una persona que realizó estudios, que es un «profesionista» y obtuvo un título profesional.

Quinto. Un licenciado es alguien que posee licencia, concesión, facultad para hacer algo, para desempeñar un oficio, un arte, una ciencia o magisterio. La licencia pudo adquirirla por la acreditación y/o por la demostración de sus saberes, o bien por la realización de un trámite.


Empero, lo que en realidad importa no son los títulos ni los grados, sino la función que se realiza y el servicio que se ofrece. Si alguien es médico es por lo que sabe y por lo que hace, no por el título de licenciado o de doctor, que en México es tradicional para los médicos, sin que realmente lo sean. Hay una pregunta capital: ¿Quiénes son los profesionales de la administración?

En efecto, ¿quiénes son los profesionales de la administración? ¿Los que estudiaron la disciplina? ¿Los que se dedican a la administración de modo “profesional”? ¿Los que son muy responsables y perfeccionistas? ¿Los que hacen «limpio» su trabajo? ¿Quiénes son?

No es fácil tipificar el rol de la profesión administrativa, tampoco es fácil aislar lo que un administrador profesional hace y diferenciarlo de lo que hace o podría hacer un contador o un ingeniero en funciones directivas. ¿Qué sucede con un médico que hizo un posgrado en administración, por ejemplo una maestría? ¿Qué sucede con un ingeniero químico que se doctoró en alta dirección empresarial? ¿Son o no son administradores? Si lo son, ¿qué es lo que les da ese estatus? ¿el título, los saberes o las funciones que realiza? ¿O todo junto? ¿Qué es lo que hace administrador a una persona? ¿Quién es un LAE?

Theodore Levitt el gran teórico de la administración de la Universidad de Harvard, refuta la existencia del administrador profesional en los siguientes términos:

“... porque mientras un abogado o un médico son considerados profesionales porque pasaron pruebas de conocimientos en sus profesiones, no ocurre lo mismo con el administrador, cuyo conocimiento es apenas uno de los múltiples aspectos en la evaluación de su capacitación profesional”. Dice Levitt que “el administrador es, además, evaluado por sus actitudes y acciones, por su personalidad y filosofía de trabajo...” [11]

Aunque el ejecutivo tenga profundos conocimientos de administración y presente un envidiable curriculum profesional, él no es juzgado por lo que sabe con respecto a las funciones que ejerce en su especialidad, pero sí por la forma como ejecuta su trabajo y los resultados que consigue de acuerdo con los recursos disponibles.[12]

Tenemos, en efecto, dos problemas, uno de definición y otro de tipificación. Es de definición porque tenemos finalmente que deslindar lo que le pertenece a la profesión administrativa como «algo propio y distinto» de las demás profesiones, de modo que no haya áreas o zonas comunes, que sean compartidas por otras profesiones. Es de tipificación porque aún la profesión administrativa no esta suficiente, general y ampliamente reconocida como algo distinto de lo que hacen otras profesiones. Para nuestra poca fortuna, la gente aún se sigue preguntando ¿qué hacen los LAE’s? ¿por qué contratar un LAE?

Sé, de mi parte, que lo anterior puede sonar a blasfemia, sobre todo porque lo dice un LAE, pero fuera del discurso justificador de nuestra profesión al interior de las universidades, la realidad muestra lo contrario. Nos falta definición y tipificación. Claro, los economistas y los sociólogos tienen problemas mayores en este sentido.

Volvamos al asunto central: ¿qué hace un administrador? Cuando afirmamos, líneas arriba, de la administración como actividad, establecimos que ésta existe desde que el hombre necesitó vivir en sociedad. La praxis administrativa es una práctica social porque involucra grupos humanos de trabajo, la mayor parte de las veces. Lo que tenemos ahora que precisar es cuáles son los contenidos de esa práctica administrativa que de la venimos hablando.


La práctica administrativa

Hay tres funciones, actividades o tareas que distinguen el trabajo de los administradores, no importa en qué sentido se considere su carácter profesional. Se trata de funciones que tienen que darse juntas, simultáneamente, porque una depende de la otra de modo circular. Si una de ellas no está presente, entonces el trabajo no es básicamente administrativo en el sentido gerencial o directivo, aunque puede serlo en el sentido de «trabajo de oficina», es decir, de escritorio.

Las funciones son las siguientes:

1. Los administradores están donde están, no importa el nivel organizacional, precisamente para tomar decisiones.
2. Están donde están para coordinar recursos, humanos, técnicos, materiales, financieros, informáticos, culturales, científicos, tecnológicos, etc.
3. Están donde están para obtener resultados, y obtenerlos de modo eficiente, no nada más de modo eficaz.

Como puede observarse, la segunda función define el trabajo administrativo como un trabajo que se hace con los demás, es decir, por medio y a través de las personas. Por lo tanto, el trabajo administrativo es grupal, más correctamente: se da en el ámbito de las organizaciones. Para precisar esta idea, acudiremos a la distinción entre dos conceptos: a) el acto administrativo y b) el acto de administración.


El acto administrativo

Acto administrativo es aquel que ocurre de modo personal, en recae en cada uno de nosotros como consecuencia de aplicar, consciente o inconscientemente, las etapas del proceso administrativo (planear, organizar, dirigir y controlar). En nuestra vida cotidiana, todos los días, nosotros pensamos qué vamos a hacer durante la jornada, qué actividades pendientes debemos realizar, a qué hora debemos empezar o terminar, en función de otros compromisos o actividades, qué ropa nos pondremos, según el cálculo que hagamos del clima, que recursos usaremos, etc. Es decir, planeamos, nos organizamos, nos autodirigimos y también nos “checamos” a nosotros mismos para ver si logramos o no las cosas.

Al ingresar a la Facultad, la mayoría de nosotros sabemos qué es lo que queremos lograr y bajo qué requisitos o condiciones lo lograremos. Nos hemos puesto de antemano ciertos objetivos y metas y para lograrlos es evidente que nos hemos impuesto estrategias o modos de conseguirlos. Todos estos actos son «actos administrativos» porque son personales, nosotros los hacemos y sus efectos inciden directamente en nuestras propias vidas y personas y en tanto tales, nos trascienden a terceras personas, es decir, son intranscendentes, lo que no significa que no sea importantes. Si son actos que no trascienden entonces son inmanentes.

Aún en la oficina, el trabajo de organizarnos en nuestro desempeño personal, en las tareas que tenemos que realizar o en el trabajo que tenemos que sacar, se da este fenómeno: se trata de actos administrativos y no de actos de administración. Veamos qué son éstos.


Los actos de administración

Los actos de administración, por el contrario, son trascendentes, es decir, no se quedan en “uno mismo”, sino que afectan o impactan en terceras personas, personas que en ambientes de trabajo organizacional siempre son los subordinados, los demás miembros del equipo de trabajo, los componentes de un departamento, de una unidad o de la empresa en general, es decir, el personal de la organización. En consecuencia, se planea, se organiza, se dirige y se controla no solamente lo que uno hace, sino esencialmente lo que hacen los demás.

Los actos de administración son los que definen el verdadero trabajo del dirigente, la esencia del quehacer de los administradores. Los administradores trabajan con gente, toman decisiones, coordinan recursos y obtienen resultados eficientes; todo este trabajo tiene que hacerse con los demás, es decir, con el grupo, con la organización. Un director, un jefe, un coordinador, un presidente de comité, el responsable de un área de trabajo, como quiera que se llame el cargo del administrador, cualquiera que su nivel en la estructura, si toma decisiones, si coordina recursos y obtiene resultados, entonces es un administrador y su quehacer es el de realizar actos de administración. Si lo hace bien o no, eso es otra cosa.

La calidad con la que se realizan los actos de administración -es decir, la administración misma-, depende de su preparación académica y profesional y también de su actitud personal hacia el trabajo. Sin embargo, para que el administrador pueda ejecutar eficaz y eficientemente su quehacer requiere, cuando menos, poseer y expresar tres habilidades básicas.


Las habilidades para el trabajo directivo

Se dice que es administrador quien administra, no tanto quien sabe administración. Por eso, la actividad administrativa, -sobre la que se ha construido la TGA, que los administradores profesionales deben comprender-, supone la posesión de las siguientes habilidades, las cuales son condiciones necesarias, a veces no suficientes, para realizar el trabajo directivo:

1. Habilidad técnica, la cual consiste en utilizar conocimientos, métodos, técnicas y equipos necesarios para el eficaz desempeño del quehacer administrativo. El estudio de una carrera proporciona esta habilidad, pero siempre serán necesarias, adicionalmente, la madurez y la experiencia que el tiempo da.

2. Habilidad humana, que no es otra que la capacidad para discernir y trabajar con personas, comprender sus conductas y sus actitudes, sus motivaciones, sus conflictos y sus anhelos. Esta capacidad le proporciona a los administradores el potencial de liderazgo, tan necesario para poder obtener resultados por medio y a través de las personas.

3. Habilidad conceptual, que consiste en la destreza para comprender la complejidad de la empresa como tal, así como para facilitar el ajuste de su propia personalidad a la cultura de la organización. Esta habilidad permite que las personas asuman la misión y los objetivos de la empresa y no únicamente que se identifiquen con las metas y las necesidades de su grupo inmediato de trabajo.

La mezcla o combinación de estas habilidades no siempre es la misma para todos los administradores, en todas las empresas y en todos los niveles organizacionales en los que se desempeñen. En los niveles operativos tal vez sea más necesaria una habilidad técnica que una habilidad humana; en un nivel de alta dirección, es posible que la habilidad conceptual predomine sobre las otras. Empero, ello no significa que solo una o dos habilidades sean necesarias. Lo son las tres.

En este orden de ideas, regularmente se establece que no es administrador quién únicamente sabe administración, sino quien efectivamente «administra» en cualquier nivel en que se encuentre dentro de las estructuras de las organizaciones. La naturaleza del trabajo administrativo es el cambio, el permanente ajuste a los cambios internos y externos en el entorno de las organizaciones. La permanente toma de decisiones, la coordinación de recursos siempre escasos y el compromiso de obtener resultados eficientes, constituyen el reto fundamental de la práctica gerencial o directiva. Ello requiere que los administradores desplieguen, en el ejercicio de su desempeño laboral, las habilidades conceptuales, humanas y técnicas antes descritas.

El conocimiento de los enfoques teóricos que proporciona la «Teoría General de la Administración» (TGA) constituye, sin duda, un auxiliar que contribuye al desarrollo de las tres habilidades. Tales enfoques teóricos, algunas veces conocidos como «escuelas de la administración», giran en torno de cinco variables básicas: el trabajo o las tareas, la estructura, el ambiente, los sistemas y la tecnología.







Escriba unas conclusiones sobre el texto leído.
[1] Paper de apoyo a la Experiencia Educativa «Evolución del Pensamiento Administrativo», primera unidad, Facultad de Contaduría y Administración, Licenciatura en Administración, Universidad Veracruzana, Xalapa, Veracruz, Agosto de 2007.
[2] Diccionario Enciclopédico Labor, tomo 8, p. 146
[3] Ibídem.
[4] Ocasionalmente, una pregunta equivocada conduce, no obstante, a buenas respuestas. El planteamiento de un problema es el inicio de un proceso científico de búsqueda de información, de ahí que la correcta formulación de una pregunta sea vital en la teorización.
[5] En el mundo de la ciencia, unas teorías sustituyen a otras precisamente porque no siempre logran explicar la totalidad de los fenómenos. Al paradigma de Newton le siguió el de Einstein, y a éste le ha seguido el del físico Hawkins. Hay teorías “correctas” en la medida en que logran aproximarse más y mejor a la realidad. Unas teorías se complementan con otras, y algunas definitivamente se anulan por la contundente veracidad de otras.
[6] Popularmente, las personas consideran que “la teoría” es una cosa y “la práctica” es otra. Ésta, si bien es una aseveración no desprovista de veracidad, dicha así es engañosa. La teoría no es lo contrario de la práctica; lo contrario a la teoría, en el sentido de «lo que se contrapone a ella», es la realidad, los objetos de la realidad que ella intenta explicar. La «práctica», epistemológicamente hablando, es la habilidad o destreza que se adquiere luego de repetir incansablemente actividades de rutina.
[7] Chiavenato, Idalberto, Introducción a la Teoría General de la Administración, McGraw Hill, México, 1987, cuarta edición, p. 19
[8] Chiavenato, op. cit.
[9] Laris Casillas, Francisco, Administración Integral, ed. Oasis, México, 1973, citado por Hernández y Hernández, Sergio, et, al., Fundamentos de Administración, FCA, UNAM, Interamericana, México, 1987, p. 25.
[10] Drucker, Peter, La Gerencia de Empresas, Ed. Sudamericana, 1975, citado por Hernández, ibídem.
[11] Citado por Chiavenato, op. cit, p. 2
[12] Ibídem.

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